22.1.24

Cárdigan de Punto para Hombre, suéter Grueso con Cremallera Completa y Cuello Alto -- Amazon

 

Detalles del producto

Composición del material

Poliéster

Instrucciones de cuidado del material

Se puede lavar a máquina, lavar en seco, sin blanquear, planchar a 150 grados y colgar para secar. Además, como las prendas deben plancharse y coserse antes de salir de fábrica, es necesario volver a coser los bolsillos. Por tanto, es necesario cortar las costuras del bolsillo al recibir la prenda. Lavar antes de usar, luego lavar por separado

Tipo de cierre

Cremallera

Tipo de tejido

Punto

El estado actual del debate

La restauración capitalista en la URSS acometida por el equipo de Gorbachov a finales de los años 80 fue interpretada, en una academia bajo dominio absoluto del pensamiento neoliberal, como verificación, 70 años después de ser formulada, de la tesis de la imposibilidad económica del socialismo. Desde este momento, el debate sobre el cálculo económico en el socialismo pareció quedar definitivamente zanjado a favor de las tesis anti-socialistas. Sin embargo, desde los años 90, Paul Cockshott y Allin Cottrell han respondido a la crítica austriaca demostrando que en las condiciones tecnológicas actuales no existe ya impedimento alguno para conseguir la planificación detallada (procesando todos los insumos utilizados) de una economía compleja. Ello sería posible por dos razones fundamentales: i) en primer lugar porque la información relevante para la organización económica no es principalmente tácita ni subjetiva: como ya hemos señalado, si los precios de mercado en el capitalismo gravitan en torno a magnitudes objetivas que expresan los tiempos medios de trabajo, una economía socializada puede estimar directamente los costes laborales (directos e indirectos) de los diferentes bienes y servicios sin necesidad de dinero; y en todo caso, la coordinación iterativa (que esbozamos en el apartado 4) permite incorporar en tiempo real la información estrictamente «subjetiva» que pudiesen generar las empresas en su búsqueda de la eficiencia y de la adaptación a las condiciones cambiantes de la demanda; ii) en segundo lugar porque el nivel técnico actual, tanto informático como de las telecomunicaciones, permite resolver el complejo sistema de ecuaciones simultáneas utilizando técnicas iterativas (Cockshott y Cottrell 1993 y 2006).

Una economía socializada presentaría una ventaja adicional sobre la capitalista en el terreno de la información. En una economía mercantil, los precios son la principal fuente de información para los agentes, a través de la cual se logra la coordinación económica. Pero ello supone una enorme pérdida de información, pues la matriz de coeficientes técnicos (así como el uso de la capacidad instalada) se reduce al vector de precios. Una economía socialista, por el contrario, dispone de información mucho más completa (coeficientes técnicos, existencias totales de cada recurso, conocimiento de los principales planes de inversión, etc.) que está inmediatamente disponible y es transparente (no oculta en el interior de cada empresa). Ello permite al organismo de planificación tomar decisiones más rápidamente, con visión de conjunto y sentido estratégico. Pero es que además ninguna información que transmiten las oscilaciones de los precios a los agentes en el mercado deja de registrarse en una economía socializada. En ella, un aumento de la demanda sobre la oferta (da igual si sobre bienes finales, intermedios o de inversión) significa también que debe aumentarse la producción del bien en cuestión. En la economía capitalista la comunicación a lo largo de toda la cadena de interdependencias productivas se vuelve lenta y distorsionada por la interpretación subjetiva que hace cada empresa, así como por sus decisiones individuales de inversión basadas en expectativas. Esta pérdida de información relevante, así como el funcionamiento competitivo, hace que la economía capitalista funcione a ciegas y siempre sin alcanzar la plena utilización de los recursos. Todo ello sin contar que en una economía capitalista tampoco se tienen en cuenta las preferencias reales de los individuos, sino solo las que están respaldadas por poder de compra suficiente. La respuesta desarrollada por Cockshott y Cottrell demuestra, en definitiva, que la planificación socialista basada en la estimación directa de los tiempos de trabajo que cuesta obtener los distintos bienes no solo es posible en la actualidad sino que además sería mucho más eficiente como mecanismo de asignación y transmisión de la información, por flexible, rápida, exhaustiva y sin cortocircuitos recurrentes, como sucede en el mercado con las crisis, que conllevan un enorme despilfarro de recursos.

Esta propuesta ha sido recibida en el campo liberal con silencio generalizado. Solo algunos casos aislados, como Brewster (2004) en la escuela austriaca, o Agafonow (2008) y Agafonow y Haarstad (2009) del lado del social-liberalismo, han llegado a admitir que la planificación exhaustiva es, al fin, posible. No obstante, y como línea de defensa del modo de producción capitalista, estos autores vuelven a insistir en el argumento de su mayor eficiencia; aunque ya sería técnicamente posible el cálculo económico en el socialismo, éste sería un sistema social inferior al capitalismo (o al socialismo de mercado) a la hora de asignar los recursos de manera eficiente y de impulsar el desarrollo económico. Así, por ejemplo, Agafonow y Haarstad sostienen expresamente que:

«aunque sea posible el cálculo económico en el socialismo marxista, eso no significa que éste pueda asignar los recursos más eficientemente que el capitalismo o el socialismo de mercado, pues la propuesta de Cottrell y Cockshott suprime la descentralización en las decisiones de inversión y la rivalidad entre unidades productivas para ganarse la aprobación de los consumidores ofreciéndoles productos mejor adaptados a sus necesidades» (2009: 296).

Esta nueva lectura liberal del problema del cálculo en el socialismo plantea diferenciar entre el «cálculo económico» en sentido estricto, que sería la capacidad para registrar variaciones en el uso de recursos a partir de alguna unidad de cuenta, y la «eficiencia dinámica», que se refiere a la capacidad de comparar métodos de producción con otros todavía no existentes y que, supuestamente, solo podría ser inducida por la rivalidad entre agentes productivos privados que aspiran a obtener ganancias extras que surgirían de la apropiada previsión de futuro. Se pasa así de la «imposibilidad del cálculo económico», tesis que se admite ya superada, a la supuesta «imposibilidad de la eficiencia dinámica». En resumen, el cálculo económico sería una condición para la eficiencia dinámica pero no suficiente. La otra condición sería la rivalidad entre agentes. Y esto es lo que estos autores sostienen que sería imposible bajo el socialismo (Agafanow 2008: 191).

Pero aun admitiendo que la rivalidad empresarial fuese condición para asegurar la preferencia de los consumidores, ello no implica que esos agentes deban de ser necesariamente privados, es decir, empresas económicamente independientes que compiten por maximizar el beneficio y desplazar a los competidores, ya que puede simularse otras formas de rivalidad o comparación de procesos productivos en un marco de propiedad social. En definitiva, no hay ningún tipo de impedimento formal, consustancial a una economía planificada, para no ensayar métodos y técnicas alternativas de producción. Más bien al contrario, estos ensayos no estarían limitados, como sucede en el capitalismo, por criterios ajenos a las posibilidades técnicas existentes, como pueda ser la rentabilidad, la capacidad financiera de una empresa y su acceso al crédito, barreras oligopolísticas, la incertidumbre, etc. En cualquier caso, la visión liberal idealiza la competencia –la «eficiencia dinámica»– sin reconocer o comprender su aspecto turbulento y destructivo, que conduce a desequilibrios de todo tipo (desempleo, sobreproducción, burbujas, desproporción y crisis recurrentes), todo ello en un clima de incertidumbre permanente que distorsiona el comportamiento racional, y no entra, por supuesto, en la naturaleza explotadora y plutocrática del modo de producción capitalista.